Virus del cuerpo y del alma

Hoy caminar por las calles de cualquier rincón del país es desafiar hogueras diarias, donde la insalubridad, la desidia, la inseguridad, la falta de respeto y la indecencia se alían con esas bacterias patógenas y queman deseos y fe.

Quiero comenzar con mano firme la búsqueda de ciertas satisfacciones que se han vuelto oscuras y fugitivas.

Desearía invitarlo a usted a comulgar con la mejor concordia, sin embargo, hoy sangramos espiritualmente. Con huesos astillados y cientos de espinas clavadas. Son uno de los tantos rostros que tienen esos virus que nos asolan, encadenándonos a las camas y a la incertidumbre. Algunos de esos contagios parecen hijos de películas de terror más profundo. Te atacan como si les debieras algo, sembrando en uno el temor a lo más sombrío.

A veces en medio del dolor y a la desesperación que inoculan estas enfermedades y cuando pensar en silencio es la forma más inteligente de decir algo, hay quienes alejados de la realidad exploran un abismo donde se contradicen la vida y sus acciones, esas que nos paran frente al espejo y nos retan a desafiar ciertos criterios y gestiones, que se fundamentan en soluciones poco terrenales.

Hoy caminar por las calles de cualquier rincón del país es desafiar hogueras diarias, donde la insalubridad, la desidia, la inseguridad, la falta de respeto y la indecencia se alían con esas bacterias patógenas y queman deseos y fe.

Respiramos cenizas y con los puños repletos de dolor buscamos sofocar estas angustias, que además de habitar cuerpos y espíritus gobiernan nuestro día a día a placer.

En medio de la tormenta hay quien también se fabrica un universo musical y particular, para luego incendiarlo al no palparlo en su real magnitud. Otros son los culpables. Quienes deciden no asumen su responsabilidad. Ese es otro de los rostros de los virus que asolan el alma.

Defiendo que en cierta medida nos estamos convirtiendo a ratos en una sociedad cínica en la que el pesimismo y la desconfianza agrietan la sobrevivencia. Como si la hubieran disuelto en un agua ácida de tristeza.

Microvertederos: más que asumir el problema, enfrentarlo

La vida es una tormenta que no respeta. A veces, desafiarla sin argumentos sólidos y efectivos puede colocarnos en un punto de no retorno cegados por el resplandor de la desdicha.

Actualmente, virus orales y gérmenes con terribles rostros nos ponen de rodillas. Muchos apelando a la voluntad más profunda dialogan con la nostalgia, la furia y determinadas deidades, tratando de fortalecer su escudo ante el poder de esas flechas.

Estamos fatigados, heridos y vulnerables como objetos de dudas y consuelos. Tal vez, somos una metáfora cruda del tiempo y del desgaste. Quizás algo peor, a los que le han secuestrado la confianza, incluso la bondad.

(Tomado de Trabajadores)

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