Por: Juan Carlos Rodríguez Díaz, historiador de la ciudad

A orillas del río Guamá, junto a los pinos de un bosque tierno, surgió a finales del siglo XVII el poblado, que tras un largo proceso de conformación histórica, se convirtió en villa, en 1859 y fue reconocido como ciudad en 1867.
Luego, el 10 de septiembre de 1867, la reina Isabel II concedió por Real Orden el Título de Ciudad, ante el significativo auge socioeconómico alcanzado por el territorio. Nuestra ciudad se convirtió entonces en el centro de una región históricamente definida como Vueltabajo, donde se han fundido y refundido, en formidable transculturación, lo mejor de la cultura popular tradicional de generaciones multiétnicas, hasta conformar definitivamente nuestra genuina identidad pinareña.
La firma del real decreto por la Reina de España ocurre como resultado de los progresos alcanzados por Vueltabajo, después de un importante proceso de ascensos constantes en materia económica, al llegar las producciones de tabaco al punto más elevado en cantidad, calidad y fama.
La concesión del Título de Ciudad, fue un reclamo exigido por los pinareños en 1863 y 1865; al lograrlo, en 1867, se reconocía a una comunidad que se arraigaba como núcleo urbano, con identidad colectiva propia: la Ciudad de Pinar del Río.
La fama universal de su tabaco, la nobleza, laboriosidad y hospitalidad de sus habitantes, sus tradiciones combativas y espíritu de lucha frente a las adversidades; sus valores culturales, su peculiar arquitectura, le dan a la ciudad la jerarquía de ser la capital de la provincia más occidental de Cuba desde 1878.
La ciudad: sus memorias, sus gentes
En los pinareños, “puede más la virtud que la fatiga”, lo han demostrado a través de la historia: la recuperación tras los ciclones y otros fenómenos naturales, el programa de reanimación integral por etapas, dirigido a elevar la calidad de vida de los habitantes de la urbe, logrando una convivencia y la unidad sobre la base de disciplina social, el reforzamiento de la institucionalidad, la batalla contra las ilegalidades y contravenciones, todo ello, con participación activa de los pinareños.
Continuaremos luchando y trabajando por preservar la memoria histórico-cultural de la ciudad, refundiendo tradiciones, cuidando el paisaje urbano y su riqueza patrimonial -que tanto lo necesitan-, uniéndonos en el empeño, de convertir a la ciudad en un espacio colectivo de convivencia, en armonía y equilibrio, para cumplir con el precepto martiano que expresaba: “Se tiene el deber de dar cumplida cuenta a la ciudad, del encargo que de la ciudad se recibe”.
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