Antes de anoche, en la vigilia forzada por la amenaza del huracán Melissa, la pregunta crucial surgió en un intercambio entre algunos de los que nos encontrábamos allí con el Dr. José Rubiera: ¿Estamos ante una catástrofe inédita para el oriente de Cuba? ¿Podría este huracán traer un impacto de pérdidas humanas más allá de lo acostumbrado? Era el interrogante que pesaba en el ambiente, una sombra de preocupación legítima frente a un fenómeno de una fuerza inusitada que se acercaba a una región con mayores vulnerabilidades, menos acostumbrada la presencia de huracanes y con menos percepción de riesgo.

La respuesta de Rubiera no fue evasiva, sino profundamente honesta y a la vez tranquilizadora. Reconoció, con la seriedad que exige el momento, que un huracán de esta naturaleza siempre conlleva un impacto potencialmente catastrófico. No lo ocultó. Los accidentes, dijo, pueden ocurrir, y a menudo la imprudencia se convierte en un factor trágico. La sombra de la catástrofe es real cuando se desafía a la naturaleza.
Sin embargo, frente a esa posibilidad, se alza nuestro sistema de defensa. Rubiera fue enfático: este huracán se ha trabajado como hacía muchos años no se hacía. La fase informativa de la Defensa Civil se activó con tiempo, los medios masivos se sumaron de inmediato y la meteorología cumplió su rol de centinela. Esta preparación meticulosa es nuestro dique principal contra la debacle. Es la acción organizada que busca, con determinación, evitar que la catástrofe potencial se convierta en una realidad.
Listos primeros donativos del pueblo pinareño a damnificados del Oriente de Cuba
La clave, nos insistió, está en la vida. Las cosas materiales se pueden recuperar, pero la vida, no. Por eso su mensaje fue tan directo: hay que cuidar la vida, la propia y la de la familia. Cada imprudencia—estar en la calle, cerca del mar, cruzar un río crecido—es un riesgo innecesario que jugamos con lo más valioso. Esa es la frontera entre un desastre natural y una tragedia humana evitable.
Con esa base, con esa preparación y con ese llamado a la responsabilidad, Rubiera proyectó una esperanza fundada en la experiencia. Confiamos, expresó, en salir con pocas pérdidas humanas, como ha sido la norma en Cuba gracias a este mecanismo de protección que hemos perfeccionado entre todos. No es una garantía de que no habrá dolor, sino la convicción de que hemos hecho todo lo humanamente posible para minimizarlo.
Y Rubiera tenía razón, siempre hemos confiado en la certeza de su pronóstico, pero esta vez era él quien confiaba en la certeza de un país para salvar a cada uno de sus hijos, quizás, en las condiciones más complejas.
(Tomado del Perfil en Facebook de Armando Rodríguez Batista, Ministro de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente)









