Las vicisitudes de El Corojo (X)

Ante el fracaso de la huelga general, el Movimiento 26 de Julio en Pinar del Río debía acordar una nueva estrategia a seguir. Pero, ocurrió una emboscada.

Alberto Hernández Gibernau (Jorge), coordinador provincial del M-26-7 durante la última etapa de la lucha contra la tiranía de Batista. (Foto de la época. Archivo del autor)

El 11 de abril de 1958, cuando ya era un hecho el fracaso de la huelga general revolucionaria, el coordinador provincial del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) en Pinar del Río, Alberto Hernández Gibernau (Jorge), decidió ir a reunirse con Pancho González (1) para decidir la estrategia a seguir en las nuevas circunstancias.

Tenía información de una fuente confiable, que lo había verificado, que no se veían soldados desplegados en el aquel intrincado lugar (2).

Temprano en la mañana, emprendió el viaje desde la ciudad de Pinar del Río, en compañía de otros dos importantes dirigentes del Movimiento: Felipe Oscar Quintana Ramos, que dos días antes había estado con los expedicionarios y Miguelito Martínez (3), que poseía la cartera dactilar (4) y por eso manejó el “yipi” que consiguieron prestado.

A la salida de la carretera hacia San Juan y Martínez, pasaron sin dificultades el registro de una posta militar. No llevaban nada comprometedor que los hiciera sospechosos, ni tan siquiera armas de fuego o propaganda clandestina. Felipe tenía oculta la copia del informe enviado a la Dirección Nacional (5), para entregársela a Pancho González, pero en aquel momento no la descubrieron. 

UNA EMBOSCADA

Llegaron a Lagunillas y después de pasar una cantera de mármoles, siguieron por un sendero estrecho; al cruzar un arroyo, les salió al paso una tropa del ejército batistiano que en instantes los rodeó y los mandó a bajarse del vehículo.

Al mismo tiempo, salieron más soldados de todas partes, incluso de donde habían pasado hacía unos minutos. Cayeron en una emboscada puesta por el capitán Jesús Sosa Blanco (6), que perseguía a un grupo de insurreccionales de San Juan y Martínez, que habían hecho un asalto en Río Seco para obtener armas de fuego.

Estos combatientes clandestinos, de los que no tengo más referencias, habían incumplido o no conocían la orientación del mando superior del M-26-7 de no hacer acciones significativas en la provincia, que pusieran en alerta a las fuerzas del régimen y que, como consecuencia, comprometieran el desembarco del yate El Corojo.

Y en efecto, lamentablemente así ocurrió. Sosa Blanco, al frente de un numeroso destacamento castrense, andaba detrás de ellos, porque suponía o contaba con informes que alertaban de su presencia por aquellos parajes.

Los guardias le quitaron la soga a un caballo y amarraron a Alberto, Felipe y Miguelito, con las manos a la espalda y los cachearon minuciosamente, sin hallar nada peligroso. En esta situación, Sosa Blanco, situado al centro del círculo formado por la soldadesca, comenzó a interrogarlos.

Los detenidos dijeron que estaban por el lugar, porque habían sido invitados a comerse un puerco en la casa de Narciso Hernández Fuego, hijo del dueño de la finca.

Fue por casualidad que los interceptaron y detuvieron. Cuando parecía que los iban a dejar seguir su camino, Sosa Blanco fue directamente hacia Felipe Quintana y comenzó a registrarlo minuciosamente, hasta que encontró dentro del bolsillo trasero del pantalón, un pañuelo doblado que escondía la copia del informe, con la relación de las armas guardadas el día anterior en una casa de tabaco, de las afueras de la ciudad de Pinar del Río (7).

El arrogante oficial solo leyó los primeros renglones del escrito y sin decir palabra alguna le dio un puñetazo a Felipe en pleno rostro, que la víctima no pudo esquivar por la rapidez con que se produjo y por la posición en que se encontraba amarrado” (8).

INTERROGATORIOS Y GOLPES

Alberto y Miguelito también sufrieron repetidos interrogatorios, puñetazos, patadas y golpes con mangueras de compresores. Les preguntaban a los tres, insistentemente, quiénes eran y que dijeran dónde estaban los expedicionarios. Cada ronda de preguntas y golpizas comenzaba por Felipe, a quien habían ocupado la lista y que asumió la responsabilidad del yipi.

A continuación, siguió una odisea. Los tres revolucionarios sedientos y golpeados marchaban, a pleno sol, dentro del bloque armado que avanzaba por el lomerío, buscando a los alzados, guiado por una avioneta que daba vueltas a baja altura, comunicándose por radio permanentemente con el jefe de la misma.

Los casquitos (9) de la vanguardia y la retaguardia, temerosos de un combate con los rebeldes, se agrupaban continuamente mientras caminaban, por lo que los superiores les llamaban la atención y les indicaban que se separaran y volvieran nuevamente a los lugares por donde debían caminar.

Al paso por los bohíos iban apresando y azotaban a los campesinos, para que dieran información de los insurrectos.

Al anochecer a Alberto, Felipe y Miguel los trasladaron en un “yipi” y los encerraron en el calabozo del escuadrón de Guane, con la amenaza de que, si no confesaban, como se les pedía, al cabo de pocas horas los matarían.

Continuará…

Notas:

  1. Pancho González, además de jefe de la expedición, era el jefe de acción provincial, el cargo más importante dentro del aparato militar clandestino del Movimiento.
  2. Testimonio de Felipe Oscar Quintana Ramos, en el archivo del autor.
  3. Felipe Oscar Quintana (Capitán Ñico) y Miguel Martínez (Capitán Antonio), jefes de la sección de Acción de las regiones 1 y 2 respectivamente.
  4. En la actualidad es la licencia de conducción.
  5. Informe enviado a Taras Domitro, jefe del Cuartel Maestre y de armamento de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio.
  6.  Capitán Jesús Sosa Blanco, jefe del escuadrón de la Guardia Rural de Guane, que incluía, dentro de su jurisdicción, al municipio de San Juan y Martínez. Meses después fue trasladado para la zona de operaciones de la Sierra Maestra. En “reconocimiento” a los crímenes cometidos fue ascendido al grado de coronel.
  7. Allí se encontraba la finca de Alberto Ramírez, en San Mateo, cerca de la ciudad de Pinar del Río, donde se guardó parte del armamento y los explosivos.
  8. Esta crónica se elaboró con el testimonio de Felipe Oscar Quintana Ramos, conservado en el archivo del autor.
  9. Así les decía la población a los nuevos ingresos del Ejército, captados para formar las tropas que debían enfrentar al Ejército Rebelde.  Devengaban un sueldo mensual de 29 pesos. Usaban un casco de protección contra amenazas balísticas y fuerzas de impacto contundentes.

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Pedro Abreu Mujica
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