La ética del locutor o el compromiso ante el micrófono abierto.

Primero fue la palabra, pero ¿cuál, la de quién y cómo? Steve Jobs, el creador de Apple, podría haber dicho “primero fue la Next, luego la MacIntosh”; Malcom X quizás dijo “primero fue el sueño, luego la acción”.

Con esto dejo claro una verdad de Perogrullo, pero verdad al fin: primero fue algo, antes de todo. Pero centrémonos en la palabra, herramienta de poder de quienes estamos en medio de un medio. El nuestro: la radio.

Como herramienta de poder, la palabra debe ser BIEN empleada. El Barón Alfred Nobel no soportó la culpa de que su dinamita además de puentes también volara… cabezas, mis excusas por la comparación, sin embargo necesaria.

La palabra, al igual que la radio en sí, legitima, brinda status, nos acerca a nuestros interlocutores. Aunque en otro sentido, y como reza la vox populi, es capaz de derribar un edificio. Esa es la cuestión por la que quienes hacemos de su uso nuestro día a día hemos de ser muy cuidadosos en su empleo.

El primer hombre que recoge la historia de la radio que trasmitió voz y sonido, fue el canadiense Reginald Fessenden. Realizó su experimento en la nochebuena de 1906 cuando leyó el relato del nacimiento del niño Jesús acompañado con música de Haendel. Es probable que en ese momento él no comprendiera la magnitud de sus investigaciones. Y es que el alcance de la palabra en si es prácticamente infinito.

Hace algunos años, cuando daba mis primeros y tímidos pasos en la profesión de locutor, Alberto Pardo Companioni, profesor de varias generaciones de locutores en mi natal Ciego de Ávila, me habló acerca de la ética del locutor. “Quien se enfrenta al micrófono abierto –me dijo- debe tener bien en claro tres aspectos medulares: qué va a decir, cómo lo va a decir y cuando lo va a decir”. En aquel momento, novato torpe en el arte de decir para miles, pensé que en el director y el guion estaba la respuesta, que con eso se solucionaba todo. Craso error.

Entonces, ¿qué quería decir Pardo con aquellas palabras?

Después de pensar sobre esa cuestión durante un tiempo y de algunos años aprendiendo a hacer locución pude comprender aquellas palabras.

Sobre cómo solucionar “qué decir” ante el micrófono abierto

Para tener algo que decir una milésima de segundo después de encendido el bombillo rojo, debemos tener un guión, escaleta o al menos algo pre elaborado en nuestra mente, cierto. Pero ¿podemos los locutores volvernos guiones-dependientes? ¿Darnos el lujo de solo decir lo que tengamos impreso frente a nuestros ojos? ¡Que bochornoso sería tener en cabina un invitado de última hora y no saber absolutamente nada sobre el mismo o que en la calle alguien nos pregunte sobre determinada cuestión en boga y no poder dar una respuesta medianamente convincente!

Entonces llegamos a una nueva perogrullada: el locutor debe estudiar, informase, tener una cultura sino amplia al menos suficiente. En resumen, velar por la consabida autosuperación.

Mas ¿todos lo hacemos? ¿Somos lo suficientemente éticos de enfrentarnos al micrófono abierto con un background de información presto a echarle mano en caso de necesidad? Esto se sabe, nos lo dicen el primer día del curso que nos habilita para esta profesión, pero la amnesia nos golpea fuertemente con un bate en la cabeza.

No se trata de convertirnos en máquinas reproductoras de información, en meros archivos bioquímicos parlantes. El locutor debe desarrollar y saber colocar sobre la mesa su criterio, tener su punto de vista, estar preparado para el diálogo, la confrontación, el debate en cualquier momento.

Sobre solucionar “cómo decir algo” ante el micrófono abierto

Entonces caigo en el “cómo decir algo”. Y no hablo de lo fisiológico, del aspirar diafragmáticamente aire, dosificarlo y hacer un uso adecuado del aparato fonatorio. No. Hablo del factor intelectual, del juego con el texto y la idea. El ente artístico, de la sensibilidad ante la palabra dicha, del placer de expresarnos y poner nuestra voz en miles de oídos a un mismo tiempo.

El locutor necesita armarse de un vocabulario esplendoroso. Conocer el español de la A a la Z, de ida y vuelta varias veces. Dominar sinónimos y antónimos, no temerle a los gerundios y adverbios de modo porque en la calle la gente los emplea todo el tiempo y si yo no hablo como mi audiencia, esta no se identifica conmigo.

Según mi criterio un concepto que ha dañado mucho la forma de hacer locución y radio hoy día en Cuba es el hecho de seguir trasmitiendo para “un público medio”. La media de instrucción en Cuba para el DOS MIL CATORCE no es la misma que hace VEINTE años, pero nosotros continuamos hablando/leyendo del mismo modo que VEINTE años atrás. Y por la otra cara del mismo asunto está el hecho de que si como radio no subimos el nivel, no aportamos a la instrucción de la audiencia, o sea la población.

En este sentido, creo que el rol de locutor no se ha concienciado lo suficiente. Tanto desde muchos de nosotros mismos como desde quienes nos dirigen.

El locutor como figura pública tiene la responsabilidad de hablar y hablar bien, en todo contexto. En la cola del pan, el juego de pelota y en la playa. Ser naturales en cabina. No montarnos un personaje tras el micrófono y ser otro en la calle. Eso nos desacredita, nos hace quedar en ridículo.

Es importante ensayar las improvisaciones. Armarnos de CINCO, DIEZ o QUINCE vías distintas de decir lo mismo. Desde la presentación del programa o la música, hasta para cuando se bloquee la computadora. Diseñarnos esquemas, frases, ideas que nos impidan caer en el bache, que bien empleadas junto a nuestros conocimientos harán que siempre tengamos cómo decir algo.

Sobre solucionar “cuándo decir algo” ante el micrófono abierto

Y por último está el cuándo decir algo ante el micrófono abierto. Aquí yo apuesto por el elemento más subjetivo de todos: la creatividad. La suspicacia, el tino, el sentido común, son cuestiones que no se aprenden, sencillamente se tienen o no. Con el tiempo aprendemos a desarrollar un sexto sentido que nos hace ver determinadas cuestiones desde otra óptica, pero a veces el tiempo no es suficiente.

Cuando somos esquemáticos al aire, y siempre la hacemos todo igual, todo el tiempo y no probamos nuevas fórmulas, nuevas maneras de decir, -tal y como hace un momento apuntaba-, corremos el inmenso riesgo de no saber cuándo decir algo.

Pongo un ejemplo real que sucedió en la televisión. Hace algunos años nuestro país se vio afectado por el paso de un huracán. En un reporte desde una provincia la presentadora, después de dar algunas informaciones estadísticas sobre la situación local, invitó a los televidentes “a disfrutar de las siguientes imágenes”. ¿Qué salió en pantalla? Un pueblo arrasado, familias desoladas, devastación total. Imágenes imposibles de “disfrutar”.

Los locutores, como todo artista, nos debemos a nuestra audiencia. Y como tal debemos respetarla, llegar a ella siendo éticos, profesionales. Nuestro pueblo aún cree en la radio cubana. Aunque las cadenas nacionales tienen una amplia audiencia, las emisoras provinciales y municipales siguen en la preferencia del pueblo, porque somos sus vecinos, sus amigos, los que compramos en la misma bodega y hacemos las mismas colas que ellos.

La realidad cubana nos incita a preservar valores que se transforman negativamente, a luchar contra nuevos vulgarismos, a hacer frente al incremento de expresiones extranjerizantes que contaminan nuestro idioma. Está en nuestras manos, mejor dicho, en nuestras voces que la radio permanezca, positivamente, al centro de la familia cubana.

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